Las ballenas y los delfines forman parte de nuestra ecología humana; la natural y la cultural. Han alimentado nuestro cuerpo y nuestra imaginación desde Jonás, pasando por Moby Dick y Flipper, hasta nuestros días, y la vida de poblaciones enteras ha dependido de ellas. Estos días se nos viene alertando sobre la pesca de delfines y ballenas y su posible extinción.
Las ballenas han sido cazadas tan abusivamente, y con el riesgo de extinción, que en 1986 se prohibió de modo indefinido su caza comercial. Japón, Islandia y Noruega objetan la prohibición y se calcula que aún se cazan más de mil ballenas por año. Dado que las ballenas se reproducen muy lentamente, pasarán años antes que se pueda reanudar la caza de un modo sostenible, y por otro lado, las empresas balleneras han mostrado no tener responsabilidad ni buena fe para confiarles el auto-regularse.
Los delfines, por otro lado, se calculan en 10 millones y sólo algunas de sus 40 especies están en peligro. Sin embargo, toda crueldad por abuso, descuido o interés comercial debe ser evitada. En el Perú, como en muchos países su pesca es ilegal.
En un país como el nuestro, donde la capacidad del estado para desarrollar programas de protección, o para controlar el delito, aún no responde a las necesidades básicas de salud, educación y seguridad de la población humana, qué atención toca darles a las ballenas y delfines? Si me atengo a la evolución, podría dejar que se extingan como tantas especies en el pasado: la ley de la vida. ¿Y acaso el ser animales simpáticos o inteligentes, a juicio nuestro, les da más derecho a ser protegidos que tantas otras especies menos populares?
La respuesta está justamente en nuestra humanidad, que rebasa el cálculo utilitario y el enfoque egocéntrico de “mis” derechos y “mis” opciones. Todo abuso, toda crueldad, toda indiferencia, debe ser combatida. El sufrimiento y la miseria me deben conmover y mover a la acción. Si no lo hago, soy cómplice, pero más aún, traiciono mi propia humanidad.
Con mayor razón aún, viendo que el estado no se basta, debo responder a las necesidades de mis hermanos humanos. Empezando por los más cercanos, pero buscando llegar a los más abandonados. Sobra pobreza, desamparo, soledad, enfermedad, injusticia y sufrimiento. Socorrer a los necesitados, así como resistir y denunciar al que comete injusticia. No más indiferencia ni pasividad. Eso no es humano.